martes, 3 de diciembre de 2013

"¿Puede morir la muerte?" (Parte 2 Final)

No sabía cuanto tiempo había pasado, cientos de nombres marcaban su torso, brazos y espalda.
Una flecha negra atravesó a un anciano que se agarró el pecho y se desplomó en mitad de la
calle. Un nuevo nombre se dibujó en su hombro izquierdo y una sonrisa placentera en su rostro,
había acabado gustándole el dolor. Un viejo pergamino se materializó en su mano, el hilo de
sangre que había escrito el nombre de su última víctima se deslizaba lentamente formando
nuevas letras.
-Lucifer… -dijo extrañado en un susurro cuando terminó.
El mundo comenzó a girar a una velocidad vertiginosa, cuando todo paró y abrió los ojos no
pudo creer lo que encontró. Una profunda oscuridad lo rodeaba pero veía con claridad su cuerpoflotando en la nada. Apareció ante su incrédula y audaz mirada el anciano cuya vida acababa de
segar.
-Sé que te sientes poderoso –dijo con una voz ronca y melosa que le resultó extrañamente
familiar.
-Me has servido con lealtad –se giró y vio a la mujer embarazada que se había llevado junto a la
criatura que no llegó a nacer.
-Tal como te ordené, has encadenado a pobres almas bajo el yugo de la muerte –dijo un chico
punk a la derecha de la chica.
-Pero también sé que la culpa te abrasa –habló esta vez el pequeño Tom Calder.-¿A cuántos
niños has arrebatado el futuro?
-¿A cuántas familias has hecho sufrir? –dijo un soldado.
-¿Cuántos nombres marcan el cuerpo del que te sientes tan orgulloso?
-¿Aún no te has dado cuenta?
-Tú también estás encadenado bajo el yugo de la muerte.
-Bajo tu propio yugo.
-Y bajo el mío, el de todas las almas que has robado.
Centenares de rostros conocidos lo observaban acusadores mientras escupían estás palabras con
odio. De pronto, todos desaparecieron. Ante él se vio a sí mismo sin alas ni cicatrices. Miró a
sus ojos azules, claros y cristalinos.
-Pero yo te ofrezco una salida –dijo y reconoció la voz. La misma que le había ordenado
despertar el día del entierro de su madre, la voz del demonio.
“Dios es mi enemigo y un ángel ha mandado, pero tu eres ángel mío y lucharas a mi lado. Vida
por vida, ese es mi acuerdo, arrebátale con esta espada su último aliento”.Su imagen se desvaneció para dejar paso a una extraña criatura que quizá hace mucho tiempo
fue humana. En su piel se apreciaban millones de cicatrices de nombres, sus alas negras solo
conservaban una única pluma, tras un flequillo rubio se encontraban unos profundos ojos rojos.
-¿Trato hecho? –dijo sonriendo, enseñando sus afilados dientes.
Arrancó la última pluma de sus siniestras y huesudas alas negras.
-¿Trato hecho? –repitió.
¿Podía confiar en el diablo? Le ofrecía una salida, una solución para su conciencia. Pero una
solución para un problema que él había creado. “Solución al fin y al cabo”, se dijo.
-Trato hecho.
Hizo un extraño sonido entre carcajada y ronroneo, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
La pluma que sostenía se alargó, en pocos segundos se había convertido en una mortífera y
negra espada.
El Señor de los Infiernos comenzó a acercarse y colocó el metal en el cuello de El Ángel
Oscuro. Su respiración se aceleró, un fino hilo de sangre resbaló por el arma, que expulsó un
leve resplandor rojizo.
-Tuya es, mi criatura de la noche, ayúdala a cumplir su destino.
La Muerte agarró la tizona que su señor le ofrecía, una corriente eléctrica lo recorrió de arriba
abajo, y un fuerte viento agitó su pelo y sus negras alas. Sintió un intenso dolor donde la espada
había dejado su huella, no podía respirar. Cuando creyó que iba a desfallecer sus pies tocaron
tierra firme.
Se encontraba en un campo en mitad de la nada. A la luz del sol observó el oscuro sable, su
empuñadura estaba engarzada por miles de pequeñas calaveras y su filo, que aún expulsaba un
fantasmal brillo rojizo, parecía sediento.El viejo pergamino se materializó en su mano.
-Uriel –susurró tras leer el nombre del arcángel. Pero esta vez no se tele-transportó.
La criatura que encontraron sus negros ojos era la más pura y abrumadora que jamás había
visto. Sus cabellos dorados hacían sombra al sol y sus ojos, blancos como sus cuatro alas,
derrochaban orgullo. Su túnica naranja resplandecía casi tanto como la extraordinaria espada de
fuego que portaba. Agitó sus poderosas alas y se elevó hasta el cielo seguido por El Ángel de la
Muerte.
Los hierros chocaron y el mundo entero recibió una sacudida. Estocadas, mandobles y piruetas
imposibles, que el enviado de Lucifer no recordaba haber hecho nunca, dominaban la lucha
celestial. Cientos de gotas de sudor y decenas de cortes emponzoñados marcaban sus cuerpos.
Uriel detuvo un golpe por encima de su cabeza y giró sobre sí mismo asestándole a la parca un
profundo corte en el costado. Esta emitió un alarido de dolor y llevó su mano a la herida
sangrienta y chamuscada. Las fuerzas le abandonaron, su espada cayó al vacío y la tizona de
fuego cruzó su pecho en diagonal. El Ángel de la Muerte caía en picado ya sin esperanza
alguna. Gimió con el sordo crujir de sus costillas al caer, ni siquiera sabía porqué seguía vivo.
“¿Puede morir la muerte?”, se preguntó mientras se retorcía de dolor.
<<Claro que puede, mi criatura de la noche>>, escuchó la voz de Satán en su mente, <<Tu
madre lo hizo dejándote así su legado. Tu mismo la viste acercarse pluma y arco en mano,
cuando decidió que era mejor dar su vida como pago por la tuya. Vida por vida, ese es mi
acuerdo>>.
Intentó levantarse mas no pudo hacerlo, se quedó tumbado boca arriba asimilando la
información que su señor había revelado mientras veía impotente como el arcángel se acercaba,
blandiendo la llameante espada. Su madre se había sacrificado en vano.
Uriel se arrodilló ante el chico y le levantó la cabeza cogiéndolo del pelo. Sus ojos profundos y
sinceros se perdieron en la oscura mirada del enviado de Lucifer.“Soy hijo de Satán, honremos su nombre.”, se dijo la criatura de la noche.
El arcángel levantó el acero; la Muerte arrancó con cuidado una pluma de sus propias alas.
-Lucifer… -susurró.
La flecha se materializó en su mano, la hundió en el corazón del enviado del Señor justo antes
de que este asestara el golpe. Su rostro quedó contraído en una mueca de dolor y desprecio.
Escuchó una estridente risa, una carcajada de triunfo. Cerró los ojos y tragó saliva, todo volvería
a la normalidad. Cayó en un profundo sueño
Cuando volvió en sí una luz blanca lo cegó. Cuando pudo ver algo paseó por la sala sus ojos
azules, claros y cristalinos. Se encontraba en una ¿habitación de hospital?
Una inmensa alegría lo inundó al descubrir que las alas y las marcas habían desaparecido, pero
se esfumó cuando una criatura que le resultaba demasiado familiar apareció frente a él.
-Lucifer…
-Lo siento, mi criatura de la noche. Vida por vida, ese es mi acuerdo, arrebátale con esta espada
su último aliento –repitió El Señor de las Tinieblas.
Se acercó, el chico, paralizado, contempló sus fríos ojos rojos mientras este le clavaba una
flecha en su corazón. El demonio echó la cabeza hacía atrás y sonrió disfrutando del dolor que
le causaba un nuevo nombre grabándose a fuego en su clavícula. Jack Thomson.
-Oh, Jack, Jack. Quizá así aprendas la diferencia entre flecha y espada.

lunes, 2 de diciembre de 2013

"¿Puede morir la muerte?" (Parte 1)

Dos tímidas lágrimas surcaban su pálido rostro de finas facciones. Movió grácilmente la cabeza
para apartar el cabello azabache de los ojos de un azul claro y cristalino. Se quitó la chaqueta
del traje negro y se dejó caer en la cama. Su madre acababa de morir repentinamente y él estaba
agotado, su mente adolescente era un torbellino de preguntas sin respuesta, el mundo giraba a su
alrededor a una velocidad vertiginosa. De repente, un punzante dolor atenazó su espalda, ahogó
un grito y se arqueó. Pudo quitarse la camisa pero cada movimiento era una tortura. Llegó hasta
el espejo del baño, miles de pequeños puntos negros cubrían sus omóplatos y crecían por
momentos.
<<Despierta>>, susurró una melosa voz en su mente.
A partir de ese punto se tornó insoportable, la cabeza iba a estallarle, abrió los ojos de par en
par, le ardían. Esta vez no pudo contener el grito. De un golpe provocado por la desesperación
hizo el espejo añicos. Cayó al suelo, cuando desistió del intento de levantarse se arrastró fuera
del pequeño aseo para evitar clavarse los cristales rotos, aunque algunos ya habían atravesado su
abdomen. Estaba empapado en sudor y su respiración sonaba más fuerte y pesada de lo normal.
Su voz, antaño dulce, era ahora un brutal gruñido. Sentía sus dientes creciendo y afilándose.
¿Qué demonios estaba pasando?
De pronto todo paró, respiró hondo y trató de recuperar el aliento. Contra todo pronóstico se
levantó con facilidad. Notaba un peso a su espalda, una prolongación de su cuerpo que antes no
estaba ahí. Dos enormes alas de plumas negras se erguían majestuosas tras él. Las heridas
infringidas por los fragmentos de cristal habían desaparecido. Movió grácilmente la cabeza para
apartar el flequillo de la cara, sus ojos se habían vuelto totalmente negros, sin iris ni pupila,
simplemente la nada.
Se vio reflejado en uno de los trozos rotos del espejo mas su imagen, lejos de asustarle, le
resultó extrañamente familiar. Quizá esto fue lo que más miedo le provocó.
Dirigió su oscura mirada a un bulto inerte sobre la cama. Se acercó despacio y se arrodilló
frente a su propio cuerpo, consiguió percibir un leve movimiento en su pecho. Parecía simplemente haber caído en un profundo sueño. A la altura de su corazón había un pergamino
clavado con una pluma negra. Esta, al igual que las de sus nuevas alas, era dura como el metal.
La sacó con cuidado y un hilo de sangre se dibujó en la carta, la cogió:
“Disculpa que olvide la cortesía pero no tenemos tiempo, el mundo no puede vivir sin Muerte.
Por una serie de casualidades este deber ha caído sobre ti, mi criatura de la noche.
Pluma y arco en mano, invisible y sigiloso cumplirás mis órdenes, encadenando pobres almas
bajo el yugo de la muerte.”
-…Lucifer.- terminó de leer la carta en un susurro apenas audible. Su voz volvía a sonar normal
pero mucho más fría y distante.
De repente recordó como su madre se había sumido en un profundo coma del que los médicos
no encontraron el origen. ¿Era posible…? ¿Y si lo era y al morir le había traspasado su poder?
Pero ¿puede morir la Muerte?
El mensaje comenzó a desaparecer, a su vez, el fino hilo de sangre escribía un nombre. Tom
Calder. Como movido por un resorte lo leyó en voz alta, todo empezó a dar vueltas. Era como si
recorriera el mundo a la velocidad de la luz. De repente todo se frenó de golpe, había llegado a
su destino.
Parecía un barrio tranquilo, todas las casas blancas e iguales con un pequeño jardín, en el que
los niños jugaban despreocupados. Un chico rubio de unos cuatro años, que se entretenía con
una pelota roja, se le quedó mirando. Entonces supo que era su presa. “Pluma y arco en mano”,
recordó, y de la nada un gran arco negro se materializó en su mano, parecía tener vida propia,
estar deseando que lo disparara. Comprendió las instrucciones del Señor de las Tinieblas,
arrancó una dura pluma de sus enormes alas y la observó con su negra mirada.
-Lucifer.- susurró, la pluma comenzó a alargarse y pronto se convirtió en una mortífera flecha.
La colocó en el arco, no sin antes vacilar, ¿de verdad quería hacerlo? Se dispuso a enviar un
mensaje de muerte. Apuntó y lo hizo. El arma atravesó al niño limpiamente y nada más ocurrió.El pequeño seguía jugando y una sensación de alivio inundó a El Ángel de la Muerte, junto con
un sentimiento de fracaso. Entonces el chico golpeó demasiado fuerte la pelota y salió hasta la
calzada. Feliz e inocente fue a cogerla sin reparar en el peligro que se le venía encima.
Fue un golpe rápido, seco y mortal. Un frenazo, el sonido del acero al chocar con algo, un grito
y un bulto inerte en el suelo.
Un intenso dolor lo devolvió a la realidad. Como si lo estuvieran marcando con un hierro
ardiente, el nombre del chico al que había llevado hasta la muerte se escribía lenta e
insoportablemente en la parte izquierda de su pecho. Tom Calder.
Acababa de matar a una persona, no lo podía creer, pero era su deber, él era la muerte. Por una
vez se sentía poderoso, como si el mundo estuviera en sus manos.
“No te engañes, solo eres una pieza más en los juegos de El Señor de los Infiernos. Eres un
asesino.”, decía una odiosa voz en su cabeza.
“Mírate. Eres la más formidable de las criaturas de la noche, El Ángel de la Muerte, Belcebú te
ha elegido a ti”, respondía otra.
Un torbellino de emociones totalmente opuestas se ocultaba tras sus ojos vacíos.

sábado, 24 de agosto de 2013

Princesa de Cristal

Capítulo 2

Cuando una gota de sangre choca contra el mármol blanco del lavabo inicia una carrera sin frenos hacía el desagüe, esa gota una vez que ha salido de tu cuerpo no puede volver a entrar. Cada día veo esas gotas de sangre en el lavabo incapaces de elegir su camino, incluso dentro de las venas son arrastradas por la corriente. Ahora imagina que todos somos como esas gotas de sangre, llevados en la misma dirección, tratando de ser lo más iguales posibles; las venas marcan lo que está socialmente aceptado, si te sales de las venas fuera del cuerpo de la sociedad caerás en picado. A mi me han echado del cuerpo del sistema igual que yo he echado a esas gotas de sangre al abrir la herida en mi muñeca, la diferencia es que yo podría volver a entrar si dejara de tener este cuerpo.
Limpio la raja y espero a que se corte la hemorragia, cuando lo hace bajo la manga de la camisa blanca del uniforme y salgo del baño, tras guardar la cuchilla en mi mochila y lavar mi cara para borrar los rastros del llanto. Intento hacer esto lo menos posible en la escuela pero no podía más. Esta mañana al abrir mi taquilla al menos veinte cerditos de plástico han caído sobre mi, aún tengo sus risas golpeando mi cabeza una y otra vez.
En vez de dirigirme a clase voy al despacho del director, este es un buen hombre, joven, alegre, de pelo castaño y risueños ojos a juego. Llamo a la puerta.
-Adelante -respiro hondo y giro el picaporte, me recibe con su habitual sonrisa sentado tras el gran escritorio de roble. Me siento y me mira, su mirada parece invitarme a hablar de mis más profundos sentimientos, te hace confiar en él.
-Solo ha sido una broma, no hay porqué preocuparse -cuanto antes salga de aquí mejor, intento mantenerme firme pero me tiemblan las manos.
-Yo creo que sí -su sonrisa se reduce un tanto, se levanta y se sienta en la silla que hay a mi lado. -Lilith, el bullying no es ninguna broma. Si han estado acosándote...
- Está todo bien, Sr.James. De verdad -añado cuando enarca una ceja, no se lo cree.
-¿Por qué no viniste la semana pasada?
-No me encontraba bien -aparto mis ojos de los suyos demasiado rápido.
-Estás mintiendo.
-No estoy mintiendo -las manos siguen temblándome, no se mentir, me las agarro y las retuerzo con fuerza, él repara en ello porque me las coge con cuidado para que deje de hacerme daño. Recuerdo el impacto de los pasteles, los gritos, las burlas, y mis ojos se niegan a seguir aguantando las lágrimas. Parpadeo para contenerlas un poco más.
-Solo quiero ayudarte -¿necesito ayuda? Claro que sí, pero no la que él me ofrece, necesito adelgazar. Es por eso que cambié la dieta a mil calorías y he empezado dos planes de ejercicios distintos.
-Nadie le ha pedido su ayuda.-me invade la culpa, no me ha hecho nada malo para que le hable así. Separo sus manos de las mías y en dos zancadas me planto en la puerta.-Lo siento, tengo que ir a clase.
El resto del día pasa sin inconvenientes, a la hora de la comida anoto en mi libreta las calorías del almuerzo. Cuando vuelvo a casa mis padres siguen trabajando, creo que a veces olvidan que tienen una hija. Es duro que la mayoría de veces que los necesito no pueda contar con ellos. Aunque a lo mejor lo hacen aposta, sé que me quieren pero están decepcionados porque su hija lista y responsable es una obesa.
Como es viernes en vez de hacer los deberes decido empezar antes con el ejercicio. No se si me veo más ridícula con el uniforme de la escuela o con la ropa deportiva, mi objetivo es no verme ridícula con ninguna de las dos. Por eso no paro de saltar y hacer abdominales hasta que mis músculos me duelen tanto que mi cuerpo dice basta. Me doy una ducha fría recordando haber leído que con el frío se queman calorías.
Cerca de casa hay un centro comercial, voy y entro en la primera tienda de ropa que veo. Siento como si los maniquíes de proporciones perfectas pudieran hablar me dirían "¡Fuera de aquí, gorda, no tenemos nada que te entre!" Me quedo mirando las modelos de los carteles imaginando como sería mi vida si yo tuviera ese cuerpo. Cojo un pantalón que sé que me estará pequeño con toda seguridad y me lo pruebo al llegar a casa, no me sube desde la mitad de los muslos. El mundo se derrumba a mi alrededor mientras observo mi odioso reflejo en el espejo. Quiero gritar, gritar hasta quedarme sin voz. ¿Por qué no soy como mamá? Delgada, esbelta, preciosa.
-¡Lilith, ya está la cena! -grita mi padre desde el piso de abajo.
-¡No tengo hambre! -respondo con voz temblorosa pero firme.
Estoy muerta de hambre pero el asco que me produce la imagen que me devuelve el espejo es mucho mayor.

jueves, 22 de agosto de 2013

Princesa de Cristal

Sinopsis

El bullying me ha convertido en esto, un saco de huesos incapaz de dejar de sentir asco hacia su propio cuerpo. Me engañaron, me insultaron, me humillaron y me utilizaron. Yo solo quería ser perfecta, una perfecta princesa de cristal. No quería darme cuenta de que las promesas de Ana y Mía eran mentiras, no quería darme cuenta de que solo era otra marioneta más en su juego de perfección.

Prólogo

"Todo empezó con una intimidada mirada al espejo, la esperanza de una perfección, un juego de niños que pronto se convirtió en mi vida, mi esperanza, mi ilusión, mi adicción y mi fragilidad. Sola en este macabro juego perfecto, nadie me entiende, nadie me apoya. Pero ahí está Ana susurrándome con su dulce voz y prohibiéndome comer, pero yo la desobedezco y como, y llega Mía que me empuja hasta el baño y me obliga a deshacer mi error; sentada abrazando el inodoro, llorando por el dolor y la culpa. Gritando en silencio suplico a Ana que me perdone. Sé que te he fallado pero prometo entregarme completamente a ti, ser perfecta, toma mi mano hasta el fin del viaje de la perfección. Con un hermoso listón rojo me marcarás el corazón pues serás mi mejor amiga el resto de mi vida. Gracias a ti seré la envidia de todo el mundo porque tu no eres una enfermedad, eres un estilo de vida, la puerta a lo que más deseo, mi única amiga. Lucharé porque quiero y puedo controlar mi apetito; lograré llegar a ser quien siempre soñé; seguiré tus sabios consejos y tu dulce voz me guiará. Sé que muchas personas no nos quieren juntas, pero yo portaré con orgullo mi listón, porque soy y seré una princesa de cristal".
Con este pensamiento me miraba en el espejo, las costillas comenzaban a marcarse peligrosamente pero yo seguía viendo grasa. "Eres una foca", decía una voz en mi cabeza. "Tiene razón", respondía otra.


Capítulo 1

Me miro al espejo y entiendo porque Josh y sus amigos me hicieron esto. Soy odiosa. Mi rizado pelo rubio cae hasta la mitad de mi espalda enmarcando un rostro demasiado redondo, me quito la camiseta y el pantalón quedando solo en ropa interior y observo con asco mis brazos anchos, la tripa enorme adornada con michelines y las piernas fofas, gordas y llenas de celulitis. Ser bajita solo ayuda a que parezca un tapón gigante. Me subo a la báscula. 90 Kg. Las lágrimas se escapan de mis ojos castaños. Cierro la puerta del armario bruscamente, dejando el espejo en la oscuridad de su interior, y me dirijo al baño. Echo el pestillo aunque ya lo he puesto en la puerta de la habitación. Me encuentro con otro espejo pero intento ignorarlo. La ansiedad y el llanto hacen que mi pecho se mueva muy rápido arriba y abajo sin tomar demasiado aire. Abro uno de los armarios blancos y mis manos buscan nerviosas la cuchilla de afeitar que le quité a mi padre.
La línea de sangre se dibuja horizontalmente en mi muñeca y yo recupero la calma a medida que el líquido escarlata fluye lento y tranquilo fuera de mi cuerpo.
El despertador suena y lucho contra el deseo de no salir de la cama. No estoy preparada para escuchar de nuevo sus risas, sus burlas, sus insultos. No estoy preparada para ver cuerpos perfectos por todos lados. No estoy preparada.
Bajo a desayunar pero aparto los cereales y cojo una manzana, la dieta de la nutricionista no está funcionando. Mamá entra en la cocina y me da un beso en la cabeza, empieza a prepararse un café del que solo se bebe la mitad.
-Lilith, cariño, recuerda cerrar bien cuando te vayas -me dice y sale de aquí balanceando con gracia sus estrechas caderas.
Escucho una maleta arrastrando sus ruedas por el suelo; los pasos de mi padre; la puerta abrirse y cerrarse y el rugido de un coche al arrancar. Mis padres trabajan en la gran empresa de la que son dueños y viajan a menudo. Antes iba con ellos pero viendo que a mis dieciséis años no hablo con nadie y vuelvo siempre directa a casa han decidido confiar en mi.
Salgo por la puerta principal y me quedo mirando la gran mansión victoriana. Es muy grande para solo tres personas pero por eso me encanta. Aquí dentro puedes perderte con la seguridad de que no te encontrarán.
Voy a uno de los colegios privados más prestigiosos de Londres. Si, de esos con uniforme y todo. A medida que me acerco a la puerta mi miedo crece. Las palabras de Josh resuenan con fuerza en mi cabeza. "Me rindo" había escuchado que le decía a sus amigos entre risas, "Vosotros ganáis, no puedo acostarme con ella. Es repugnante." Repugnante. Lleva razón pero sus ojos verdes parecían sinceros cuando me susurraban palabras de amor. Me ilusioné como una boba, supongo que merezco que me pisoteen así.
Al entrar me mezclo con la gente para pasar desapercibida. Me quedo un poco rezagada cuando toca el timbre, el profesor de lengua siempre llega tarde. El patio se vacía, solo quedo yo y, para mi desgracia, Josh y sus amigos.Decido entrar a clase pero se acercan rodeándome. Han cerrado el círculo y no hay forma de escapar. Mi respiración se agita y el pulso se me acelera.
-¿No me das un beso? -dice Josh fingiendo besar el aire. Todos corean sus carcajadas. él apart un mechón negro de su frente y asiente a alguien detrás de mi.
-Mira lo que tengo, cerdita -me giro, una de las chicas con aspecto literalmente de barbie sostiene en la mano un pequeño pastel. Cuando entiendo lo que van a hacer ya es demasiado tarde.
Los pasteles impactan en mi como flechas que aciertan al blanco. Me cubro la cabeza con las manos, las lágrimas caen por mis mejillas manchadas de nata. Veo que han abierto el círculo y se que quieren que corra. Corro. Lejos de allí, a cualquier parte. Sus risas se clavan en mis tímpanos como si fueran cuchillos afilados.
-¡No sabía que las morsas sabían correr! -grita una voz.

Cojo el primer taxi que veo y al llegar a casa ni siquiera le pido perdón al taxista por ensuciarle los asientos. Estoy hiperventilando, entro en la cocina como un huracán abriendo un armario tras otro. Galletas, chocolate, las sobras de ayer...no lo saboreo, solo lo engullo como si fuera un animal. Cuando me calmo me arrastro hasta el baño de la planta baja corroída por la culpa. Miro el inodoro. ¿De verdad voy a hacer esto? Una persona normal se lo pensaría dos veces pero yo no soy normal, soy una cerda, una morsa. Los dedos acarician mi campanilla, las arcadas vienen y van. Es la primera vez que hago esto, no pensaba que dolería tanto. El vómito llega abrasando mi esófago y deja un asqueroso sabor en mi boca. Comprendo lo que acabo de hacer. "Nunca más", me digo aún sentada junto al váter, pero se que no es verdad.

viernes, 26 de julio de 2013

Aria (Parte 3) {Final}

"¿Dónde está Aria?", había dicho el monstruo, el demonio. Ahora estaba claro que venía del infierno buscándola para que cumpliera condena.
-Debió averiguar donde estaba yo, pensó que ella estaría contigo y que tú eras yo -dice Charlotte consternada mientras entierra la cara en sus manos.
-Tú sabes donde está ¿verdad? -la miro interrogante y ella suspira.
-Demasiada información por hoy.
-Han estado a punto de matarme, Charlotte. ¿Dónde está Aria?
Se muerde el labio inferior y me observa mientras piensa bien su respuesta. Al final asiente aunque no muy convencida.
-Cuando Aria escapó lo hizo por El Gran Portal. Verás, cuando una persona cree que su muerte es injusta puede solicitar un juicio. Si el jurado decide que lleva razón le hacen cruzar El Gran Portal. La persona nace de nuevo, conserva su aspecto pero no recuerda nada de su vida anterior.
Lo más lógico sería creer que estoy soñando pero siento el dolor en la pierna cuando Mimi me araña al moverse.
-Entonces ¿Aria no recuerda nada? ¿Ni siquiera a ti?
He puesto el dedo en la llaga. Niega con la cabeza y dos lágrimas caen por sus mejillas.
-Pero sé que en un lugar de su corazón aun me tiene presente. Sé que quiere recordarme.- hace una pausa y respira hondo.- Sé que quieres recordarme.
Abro los ojos al máximo y se me acelera la respiración. Soy incapaz de moverme cuando se acerca y coloca su mano en mi mejilla. Sus labios son suaves y acarician los míos con cariño y ternura. Conforme avanza el beso reacciono y me aparto de ella todo lo que me deja la cama. Las palabras salen atropelladamente de mi boca:
-¡Estás loca! ¿O te lo has inventado todo solo para besarme? Me voy de aquí.
Una mueca de dolor tuerce su rostro y por un momento me da pena dejarla así pero me dirijo firme hasta la puerta. Aunque si se lo ha inventado ¿cómo explica el demonio que entró en casa? Seguro que era algún gracioso disfrazado, sí, seguro que era eso. Me ha engañado como a una cría.
Escuchamos un grito, Charlotte vuelve a la realidad y tira de mi hasta la ventana. Estamos en un primer piso pero me hago daño al caer. Voy a quejarme cuando oímos la puerta derrumbándose, vuelve a tirar de mi y pronto me encuentro corriendo por el bosque.
Está muy oscuro, no veo nada pero seguimos corriendo. Una rama abre otra herida en mi pómulo izquierdo, una raíz traicionera me hace tropezar y Charlotte cae conmigo. Intentamos levantarnos pero es inútil, siento su respiración acompasada en mi nuca, sus pasos firmes y el sonido de una espada al desenvainar. Me preparo para recibir el golpe, cojo la mano de mi compañera y lo miro a los ojos. Unos ojos rojos como la sangre topan con los míos y una lengua bífida recorre sus finos labios, que sonríen con suficiencia. Cierro los ojos y aprieto la mano de Charlotte.
Escucho el acero silbando en el viento y la sangre salpica mi cara pero no llega el dolor. La mano de Charlotte pierde fuerzas, cuando la miro yace inerte en el suelo. Un grito se escapa de mi garganta y lloro, de impotencia, de rabia, por no saber lo que está pasando. El demonio me levanta agarrandome con fuerza mientras pataleo.
-¡Mátame1 -le grito- ¿¡Por qué no me matas?!
Se ríe con sorna y me enseña sus afilados dientes.
-¿Matarte? Tú no tendrás tanta suerte. Vamos, te esperan en el infierno.

martes, 9 de julio de 2013

Aria (Parte 2)

Escucho la llave introduciéndose en la cerradura, giro la cabeza y cuando vuelvo a mirar el monstruo ya no está. Charlotte entra con su parloteo habitual pero se frena en seco cuando me ve.
- ¿Qu-qué ha pasado?- dice preocupada mientras se sienta a mi lado. Yo simplemente la abrazo y rompo a llorar.
Pensé que cuando se lo contara me miraría como si estuviera loca, o que diría algo como "tenías mucho miedo, seguro que fue tu imaginación". Sin embargo, se mostró comprensiva, como si no fuera la primera vez que oye hablar de un monstruo así.
-Vamos, tranquilízate.- dice mientras me tiende una taza humeante de tila.
-Gracias...- susurró, ni siquiera tengo voz.
Bebo un poco y siento como se me relajan los músculos, demasiado quizá pero no le doy importancia. De repente tengo muchas ganas de dormir. La taza resbala de mis manos y mi vista se nubla.
-Char-Charlotte...- digo antes de caer en un profundo sueño.

Me despierto en el asiento del copiloto de un coche en marcha, avanzamos por una carretera solitaria, es de noche. Todavía aturdida miro a mi izquierda y allí esta Charlotte conduciendo. Su rostro refleja preocupación ¿por qué será? Entonces lo recuerdo todo.  Mimi, el monstruo de ojos rojos, la comprensión que mostró Charlotte...
Escucho un maullido y sé que Mimi está en la parte de atrás. ¿Se tomaría un secuestrador las molestias de coger también a mi gato?
-No te estoy secuestrando.- dijo como si pudiera leerme la mente.
-¿Có-cómo has...? -tartamudeo pero ella me interrumpe.
-Sí, bueno, escuchar pensamientos viene en el paquete. Tengo que contarte muchas cosas pero no podíamos quedarnos en casa.
No soy capaz de hablar. Paramos en un motel de carretera con letras de neón rojo medio fundidas. En la esquina tres prostitutas fuman y saludan alegremente a los hombres que se acercan a ellas entre risas. Dos borrachos salen tambaleándose del pub de al lado cantando una estúpida canción, creo que he oído algo sobre unos "melones". Los miro asqueada mientras nos lanzan besos y guiños.
La habitación es pequeña, solo caben dos camas separadas por una mesilla de noche y un pequeño armario. Una bombilla se balanceaba en el techo amenazando con caerse en cualquier momento.
Me siento en la cama con las piernas cruzadas acariciando a Mimi y dirijo a Charlotte mi mejor mirada de "me debes una explicación".
Suspira y se sienta a mi lado.
-Supongo que debería empezar por lo más básico. ¿Crees en ángeles y demonios? - niego con la cabeza, creo que se ha vuelto definitivamente loca.-Yo soy un ángel, Lucy.
Creo que tengo la boca abierta, la miro anonadada.
Suspira y se pone en pie, se saca la camiseta y al volverse las veo, dos horribles cicatrices blancas surcan sus omóplatos.
Vuelve a sentarse a mi lado y fija la mirada en el infinito.
-Me enamoré de otro ángel, se llamaba Aria, ella también me amaba. Un día nos descubrieron, "no hay sitio en el reino de Dios para depravadas", eso fue lo que dijo arcángel Gabriel.
>>Me arrancaron las alas y me desterraron. Pero mientras yo gritaba de dolor Aria se rebeló, la condenaron  al infierno. Logró escapar, Lucy, y la he encontrado.
Dos lágrimas y una sonrisa surcaron su rostro.

domingo, 2 de junio de 2013

Un mundo sin libros.

Ya no le quedaban lágrimas que llorar ni voz con la que pedir auxilio. El dolor de sus muñecas rotas por las cadenas era insoportable, el frío suelo de su prisión le calaba hasta los huesos. Había adelgazado peligrosamente y su piel, pálida por naturaleza, presentaba un color enfermizo. Su pelo negro como el ébano caía grasiento y enmarañado, y sus ojos verdes eran pozos sin fondo de miedo e incertidumbre.
¿Su delito? Negarse a ser una ignorante. ¿Su carcelero? Lo sabía perfectamente, el Señor de los Infiernos.
En ese momento se materializó en la celda un joven. No parecía un demonio con su camisa blanca y sus vaqueros. Llevaba el pelo negro revuelto y las ojeras marcaban su rostro. Más bien parecía un adolescente con resaca bastante guapo, pero sus ojos rojos como la sangre delataban su condición. 
–Mi pequeña vampiresa…-dijo con voz ronca y melosa.- Tú misma estabas presente hace cien años cuando condené a este mundo a la ignorancia y el olvido de tiempos pasados. 
>>Vampiros…, yo mismo os creé y estoy orgulloso de mi trabajo y, sinceramente, no me esperaba esto de ti. Pero ¿a qué viene esta rebeldía? ¿Acaso cuando derroté a ese “Dios” esperabas flores y alegría? Soy un demonio, querida. Soy tu señor y, por tanto, tu ley.
>>Por suerte para ti tengo muchas almas que torturar y desastres “naturales” que provocar. Como me he levantado trabajador quizá desate una guerra, aunque eso ya lo hacen solitos. Sobre todo desde que no tienen escrituras que delimiten las fronteras. –soltó una jovial carcajada (¿podía un demonio reír así?)  y desapareció tan rápido como había llegado.
Emily estaba perdida si Jack no entendía la señal.
Jack era el vampiro más adorable de la ciudad de Nueva York. Pelo rubio, ojos azules…, un príncipe al que solo le faltaban el caballo blanco y la princesa. Esta última era la causa de que se encontrara en tan deplorable estado.
Una barba de tres días adornaba su fino rostro de piel pálida, unas profundas ojeras resaltaban sus ojos inyectados en sangre.
Alguien llamó a la puerta y el joven miró el reloj, las doce en punto. Seguramente serían los “inspectores”. Cada día durante toda la mañana millones de sholkas revisaban el mundo entero para asegurarse de que nadie incumplía la ley impuesta por Lucifer.
Los sholkas eran los “criados” de Belcebú, por así decirlo. Eran unas odiosas criaturas de un verde intenso y repulsivo y ojos saltones que no superaban el metro veinte.
Jack abrió la puerta y los dejó pasar con desgana. Mientras buscaban corrieron una cortina y el sol lo quemó. Irritado los echó casi a patadas y devoró al pobre vecino de enfrente, que salía de su apartamento en ese momento. Sin preocuparse demasiado dejó el cadáver en el rellano.
Hacía cuatro días que Emily no se dejaba ver, ella no era así.
Un estruendo lo sacó de sus cavilaciones y un olor a chamusquina le revolvió el estómago. La trampilla que llevaba a la biblioteca secreta comenzó a echar humo. Ya no había duda, si Emily se hubiera ido voluntariamente habría desactivado la bomba de seguridad. La habían cogido.
A la mañana siguiente pidió a los sholkas que lo llevaran ante su señor. Había un libro que decía como matar al demonio pero este se encargó bien de esconderlo, tendría que intentar dialogar con él.
Lo que Jack no se podía imaginar era que Lucifer viviera en un apartamento de lujo en el centro de Londres. Paredes de cristal, tecnología punta, un sofá de piel… Definitivamente no se lo esperaba.
Para las once de la noche Jack tenía frente a él al Señor de las Tinieblas.
-¿Dónde está? –preguntó sin rodeos.
-¿Em? Cumpliendo condena, lo que estarás haciendo tú en cinco minutos.-respondió sonriendo con suficiencia.- Gracias por venir, me has ahorrado ir a buscarte.
>>No intentes hacerme creer que sois inocentes. ¿Piensas que no sé que habéis quemado las “pruebas”?
-¿Qué tienes contra la lectura? No logro entenderlo.-dijo cada vez más nervioso.
- La lectura te hace viajar a otro mundo, te hace olvidar que este se va a pique. Era una vía de escape al sufrimiento y, como comprenderás, no podía permitirlo. ¿Qué clase de demonio sería?
>>Ahora dejemos de hablar de cosas sin importancia, voy a mostrarte el secreto del infierno. No existe, al menos no el infierno del subsuelo con llamas y ríos ardientes. Cada persona guarda en su interior su propio averno.
>>Vivirás una y otra vez tus peores pesadillas. Además eres un vampiro de ¿cuántos? ¿Mil años? Verás y matarás a tus víctimas de nuevo. ¿Alguna vez te has sentido culpable? Vas a tener mucho tiempo para hacerlo. Divertido ¿no crees? –soltó una jovial carcajada.
“¿Puede un demonio reír así?” se preguntó Jack antes de caer en la más profunda oscuridad.
Devolverles la lectura les devolvería parte de la esperanza. Sería divertido hacerlo y después arrebatársela, se dijo que lo pensaría.
La lectura volvió al mundo durante ocho años. En este tiempo Lucifer decidió detener las guerras para que se repusieran o se quedaría pronto sin nadie con quien jugar.
Pero un día la lectura se volvió a esfumar junto con la efímera alegría que había reinado sobre el mundo.
El Rey del Infierno miró por una de las paredes de cristal. La ciudad se desmoronaba, reinaba el caos. Su boca se torció en una media sonrisa, levantó la mano y el Big Ben comenzó a arder. 

domingo, 26 de mayo de 2013

Aria (Parte 1)

Siento su calidez acariciando mi pierna, no me hace falta mirar para saber que es Mimi. Maúlla y bosteza, es lo único que hace aparte de dormir y comer. La aparto con el pie y eriza su sedoso pelaje negro.
Miro a mi alrededor, creo que ya no quedan más cajas por subir. No me gustan las mudanzas pero me anima el hecho de que por fin vaya a independizarme. El apartamento no es muy grande, un salón con cocina americana, un baño y dos habitaciones, es lo más que me he podido permitir.
Estoy agotada, me siento en el viejo sofá verde pistacho. Las paredes blancas están desconchadas y hay humedades, habrá que dar una capa de pintura.
Mimi se acomoda en mi regazo ronroneando. Parece que fue ayer cuando la encontré en la calle hace tres años, solo era una pequeña bola de pelo.
Escucho pasos, una llave introduciéndose en la cerradura y el sonido estridente de las bisagras de la puerta.
Es un poco más alta que yo, su pelo liso y castaño cae perfecto hasta su cintura. Es preciosa, con los ojos verdes y la piel morena. Su cuerpo de perfectas proporciones está cubierto por un sencillo vestido blanco.
Yo por mi parte soy bajita, con cara de niña pequeña cubierta de pecas, pelo corto azabache y ojos oscuros. Unos vaqueros viejos cubren mis huesudas piernas y una ancha sudadera azul cae sin gracia por mi torso plano.
-Hola, tu debes ser Charlotte.- digo y me levanto, Mimi salta y me mira resentida.- Soy Lucy.
-Hola, un placer.- dice con una encantadora sonrisa mientras me da dos besos.- Siempre he querido compartir piso ¡Será genial! ¿Cuál es mi habitación? ¡Pronto seremos como hermanas.- dice mientras revolotea de un lado a otro. Es muy... efusiva.
Hace dos semanas que comenzamos a vivir juntas. Hemos pintado las paredes y hemos redecorado prácticamente todo el apartamento.
Charlotte es estupenda, con ella todo es alegría y optimismo, aunque a Mimi no parece haberle caído tan bien.
Ahora que lo pienso no la veo por ningún sitio.
-¡Mimi!- la llamo mientras miro a mi alrededor.
La escucho maullar, viene del cuarto de Charlotte. Me acerco y llamo a la puerta, como no responde entro. No está, no la he oído salir. No veo a Mimi pero la sigo escuchando, creo que está bajo la cama. Me agacho y levanto la colcha morada, veo sus brillantes ojos verdes.
-¡Mimi! ¡Ven aquí! -digo y alargo la mano.
Alguien tira de mi hacia atrás y me rodea la garganta con el brazo, no puedo respirar.
-¿Dónde está?.- pregunta con una voz gutural.- ¿Dónde está Aria?
Me empuja y quedo sentada en la cama, acaricio mi garganta roja e irritada, e intento recuperar el aliento.
-No conozco a ninguna Aria.- consigo decir con lágrimas en los ojos.
Levanto la cabeza para mirar a mi agresor y me siento desfallecer.
Es alto y fuerte, se pueden adivinar sus músculos bajo la ropa negra. Su piel parece de porcelana vieja y agrietada. Entre sus dientes puedo apreciar una lengua bífida, y los ojos...sin iris ni pupila, completamente rojos.

sábado, 11 de mayo de 2013

Un viaje sin acabar (Parte 1)

Las personas vienen y van como hojas de otoño movidas por el viento. Unas coinciden, otras se separan, están las que lo tienen todo planeado, y las que viven de las casualidades; las que miran al futuro sin importarles el pasado, y las que se quedan en el pasado aterrorizados por el futuro.
Ahora mismo alguien ha encontrado a su amor verdadero, quizás el chico con el que cruzaste la mirada ayer mientras caminabas por la calle.
Un niño africano acaba de morir mientras que los hombres más ricos del mundo disfrutan de sus fiestas y banquetes, quizás el niño que cosió la ropa que llevas puesta.
Unos se van para que otros vengan, es algo que tenemos que asumir, aunque a veces nos duela la injusta marcha de los que debieron quedarse.
Mi madre dejó paso a mi hermano, y mi hermano vino al mundo para salvarme, por tanto mi madre murió por mi. Pero de eso hace ya diez años.
Nadie elige como nacer por lo que se supone que yo no tenía culpa de mi enfermedad, pero el destino quería que yo me fuera para dejar paso a otros y mi madre lo desafió en cierto modo. Supongo que esa es la razón por la cual murió, alguien tenía que hacerlo.

domingo, 5 de mayo de 2013

Reflexión

La esperanza, la ira, el amor, el odio, las ansias de vivir o la necesidad de morir..., solo son conceptos abstractos. Porque ¿qué es la esperanza o el amor? ¿Un sentimiento? Bien pero ¿qué es un sentimiento? Los sentimientos solo son excusas que el ser humano ha inventado para darle algún sentido a su existencia. Porque vivir para morir es un poco patético. Aunque es lo que hacemos al fin y al cabo, da igual cuanto sintamos.
Mi nombre es Lily, nací para morir de cáncer en el hospital "Angels of Heaven". No he sentido muchas cosas a lo largo de mi vida, supongo que en catorce años no me ha dado tiempo a mucho.
Recuerdo haber sentido un gran odio hacia mi padre al saber que había engañado a mi madre; recuerdo una profunda tristeza cuando se separaron y nos mudamos. Recuerdo una inmensa alegría cuando conocí a mi mejor amiga con ocho años, y el intenso dolor que me causó su muerte a manos de su padre el año pasado.
Cuando me detectaron el tumor creo que no sentí nada, al fin y al cabo vivimos para morir.
El médico fijó una semana de vida para mi hace tres días, la verdad es que ahora mismo me siento muy cansada. Pero quizá solo sea una excusa.

Decepción


Decepción, sentimiento

que recorre mis entrañas

hasta dejarme sin aliento,

esperando un suspiro de viento.

Amor muerto, amor robado,

me lo han arrebatado

y entre lloros me refugio

por no estar a tu lado.

El tiempo se acaba,

mi llanto se amaga,

haz lo que quieras,

ya no siento nada.

 

jueves, 2 de mayo de 2013

Ojos vacíos


Aquella noche el cielo se tiñó de rojo. Sangre inocente derramada en las calles. Cuerpos inertes, antaño cálidos, adornaban el macabro paisaje.
Espada en mano, portadora de muerte. Pelo negro como el ébano, negros ojos cual carbón, sin iris, sin pupila, simplemente la nada. Su piel de porcelana parecía tallada por un escultor. Vestía un vestido blanco de fiesta roto y desgastado. A la espalda se ajustaba una vaina, confesora de pecados. Y sus labios, tornados en una dulce media sonrisa, entonaban una triste canción.
Nadie sobrevivía al encuentro con esta dama maldita, una misteriosa chiquilla de no más de dieciséis años que dejaba a su paso un rastro de destrucción.
Había arrasado ya más de treinta comarcas. Los campesinos, asustados, huían de sus hogares. La nobleza,sin embargo, doblaba la guardia de sus palacetes. De nada servía.
Los mejores guerreros habían intentado acabar con ella y ninguno había vuelto con vida tras ver a la espectral criatura.
Mientras la desgracia se propagaba por todo el sur del planeta, en el norte reinaba la paz. Los criminales se escondían asustados y arrepentidos pues todo aquel que tuviera rastro de mal en su aura no escaparía de su abrazo.
Pocos eran quienes veían a esta justiciera que exterminaba a cualquiera que infringiera la ley. Decían de ella que su piel era pálida como el lomo de un armiño, sus ojos completamente blancos y que su pelo, rubio, parecía reflejar todos los rayos del sol. Contaban que portaba un arma peligrosa, como un largo látigo con una fina, pero cortante, punta de acero. Rumoreaban que era un ángel, que había sido enviado a la tierra para protegerla del demonio que avanzaba desde las tierras bajas.
Lucio andaba titubeante y temeroso por los túneles subterráneos de la plaza mayor. Era parte del grupo explorador que habría de encontrar al viejo sabio. Decían que solo él podría darles la solución para acabar con la malévola presencia que, cada vez más deprisa, se acercaba a sus hogares.
Iban en fila india pues era lo único que les permitía el viejo pasillo, que descubrieron tras semanas de investigaciones. Eran cuatro, dos hombres de unos cincuenta años, canosos y marcados por la edad; un muchacho robusto y joven, de veinte años, moreno de ojos verdes; y Lucio.
Lucio no era nada del otro mundo, diecisiete años, pelo castaño, ojos oscuros y cuerpo enclenque. Su fuerza apenas daba para sostener en alto la antorcha que les iluminaba el camino.
Por fin, llegaron a una amplia sala escavada en la roca. Sus paredes estaban cubiertas de ricos tapices y, en el centro del techo abovedado, un pequeño tragaluz dejaba ver un pedazo del estrellado cielo nocturno. Sobre las alfombras que vestían el frío suelo de piedra, un hombre viejo y huesudo se sentaba con las piernas cruzadas. Su larguísima barba blanca caía en cascada a su alrededor.
-Gran sabio – dijo uno de los hombres más mayores mientras se inclinaba en gesto de sumisión.- ¿Sabéis por qué estamos aquí?
El anciano humedeció sus finos labios con su lengua y comenzó a recitar con un fino hilo de voz.
“Pobre de aquel que se cruce en su camino
pues ya no podrá escapar.
Rápida cual rayo,
ágil cual felino,
a su presa alcanzará.
Corrompida por Lucifer,
prisionera de su engaño.
Destinada a encontrarse
con la justiciera celestial.
Esta, con mano firme y cabeza alta,
la matará muriendo con ella,
tras encontrar un amor de verdad.”

Tres días habían pasado después de que el viejo les aclarara que no tenían nada que hacer, solo esperar a que se cumpliera el destino. Con el miedo en el cuerpo, Lucio, junto con su familia y los demás habitantes del pueblo abandonaron sus tierras con rumbo al norte. Todos, salvo algunos ancianos que se negaron en rotundo a morir en otro lugar que no fuera el hogar que los había visto nacer.La primera semana de viaje se estaba haciendo eterna, el verano comenzaba a asomar, logrando que las temperaturas se hicieran insoportables.                                                                              Estaban agotados así que decidieron montar su pequeño campamento en un claro del bosque que estaban cruzando, junto a un enorme lago que les proporcionaría agua en abundancia.
Había hecho mucho calor durante todo el día pero al llegar la noche Lucio tuvo que coger una chaqueta.    Le había tocado hacer la primera guardia, desde que la luna saliera hasta que se encontrara justo encima de ellos. Calculaba que para el relevo aun faltaban unas dos horas, estaba muerto de sueño.Cavilaba perdido en sus pensamientos sentado ante la hoguera cuando, de repente, se apago súbitamente el fuego. Se levanto tambaleándose y escudriño las sombras. Unos segundos después una triste melodía llegó a sus oídos. No pudo dar la voz de alarma, había quedado prendado de la criatura que se alzaba ante el, de piel blanca, pelo negro y ojos vacíos. No pudo moverse cuando la encarnación de Belcebú alzó su espada, como en un trance, sin dejar de cantar, sin dejar atrás esa dulce media sonrisa que se asemejaba a la luna menguante que se cernía sobre sus cabezas.

-Vas a morir- dijo Lucio-. No te mataré yo, pero llegará alguien que lo conseguirá, está escrito.

-¿Morir? –preguntó ella con un tono burlón.- Yo ya estoy muerta.

Soltó una inocente y encantadora risita y, antes de que su contrincante reaccionara, lo hizo.

Fue un golpe seco, cortante, mortal. Sintió como la vida de su presa se escapaba y le gustó. Aunque, muy dentro de ella, una parte de su ser luchaba contra el impulso de seguir matando. Exterminó el pequeño refugio y se marchó tal como había llegado, envuelta en su triste canción.

Mientras tanto, una dama celestial ahogaba a un violador con el abrazo de su temido látigo. Cuando hubo terminado lo liberó, se santiguó y prosiguió su camino hacia el sur.
El próximo objetivo de la mensajera del mal era un pequeño poblado del centro del continente. No había encontrado humanos en dos días y, sedienta de sangre, había despedazado a un enorme oso pardo que avistó en el bosque.
Llegó a la entrada del pueblo a medio día, se sacudió, inocentemente, el polvo de su viejo vestido de fiesta, y entró. Unos niños, de unos cinco años, jugaban en la calle con una pelota. Saltaban y reían con el pelo despeinado, las mejillas coloradas. Ella desenvainó la espada que colgaba de su espalda y avanzó hasta los chiquillos. Los pequeños se asustaron y comenzaron a correr pero, antes de que se dieran cuenta, quedaron acorralados contra una pared; era un callejón sin salida. La extraña dama que había interrumpido su juego alzó el acero y comenzó a tararear una linda y triste melodía. Iba a dar el golpe de gracia, los zagales veían el arma cada vez más cerca. Ya lo creían todo perdido cuando algo se interpuso entre su verdugo y sus cabezas.
Había llegado por los pelos. Era otra dama, rubia de piel tan blanca como sus ojos vacios, con un desgastado vestido negro. Había enrollado una especie de látigo a la espada. Ahora que habían iniciado el duelo predestinado no pararían hasta que la otra callera muerta a sus pies.
La dama maldita tiró, la otra soltó su presa, se separaron y se estudiaron mutuamente. La hija de Satán ya había olvidado a los muchachos que planeaba matar, ahora solo importaba la guerrera que la miraba desafiante. Fue entonces cuando recordó las palabras del joven del campamento que encontró en el bosque. “Está escrito” había dicho. Ella no podía permitirse creer en el destino, no sabía por qué pero no podía.    Casi al mismo tiempo, se lanzaron la una encima de la otra, armas por delante.Los vecinos habían salido a ver lo que pasaba, alertados por los niños, y ahora rodeaban a las contrincantes.
La asesina del infierno lanzó una estocada, su oponente la paro con el látigo y, sin dar tregua, se abalanzo sobre ella. Cada vez se les hacía más difícil esquivar a la otra. La pelea se había alargado demasiado, miles de gotas de sudor perlaban sus frentes. La justiciera dio un salto, para esquivar un mandoble, y rodó por el suelo. Era su oportunidad, enganchó su látigo en el tobillo de su adversario y le hizo perder el equilibrio. Esto solo le dio algo de tiempo para levantarse y volverse a encarar contra ella. Las dos estaban muy lastimadas, decenas de cortes sangrantes e infectados adornaban sus cuerpos.
No supo exactamente como pasó, todo fue muy rápido. Un despiste, uno solo logró que la criatura maligna le arrebatara el látigo de las manos y colocara su espada sobre su garganta. Apretó, un fino hilo de sangre recorrió su cuello. Cuando iba a terminar lo que había empezado la espada se paró en seco y se retiró. Por primera vez se miraron a los ojos. Una mirada intensa que lograba hacer que la gran tensión que dominaba el ambiente se tornara más densa aún. Las dos respiraban entrecortadamente, cuando se acercaron la una a la otra hasta que sus narices se rozaron. Anonadados, los espectadores vieron como cerraban los ojos y se besaban con ternura. Un beso anti-natura, un beso prohibido, un beso de amor, el beso que el viejo sabio había predicho. Mientras sus labios acariciaban los de la mensajera de Dios, Keit recordó.
Ella era la hija única de una de las familias más poderosas del reino, sus padres se empeñaban en que ya era hora de encontrar un esposo. Organizaron un gran baile con este fin y compraron a su niña el mejor vestido de la ciudad.
El salón de baile estaba abarrotado, Keit se dedicaba a saludar cortésmente a sus pretendientes y a poner excusas baratas para no bailar con ellos. Al rato pudo escabullirse hasta el jardín, lejos de aquellos nobles y burgueses que de tan mal humor la ponían. La suerte no estuvo de su parte, no había dado cinco pasos cuando le salió al encuentro el Duque de Bernas. El duque era el peor pretendiente que la cortejaba, dentro de lo que cabía. Era un chico algo mayor que ella, rubio de ojos castaños, fuerte y vanidoso. Su fama de mujeriego, al igual que sus tejemanejes con la ley habían contribuido a que su reputación decayera aún más.
Decía que estaba enamorado de ella pero de lo único que estaba enamorado era de la dote que recibiría por el casamiento. Keit se había negado incontables veces pero él no daba su brazo a torcer.

-Permitidme acompañaros en vuestro paseo.-dijo lentamente mientras le ofrecía su brazo.

Keit suspiró, estaba harta de inventar excusas y no se le ocurrió una a tiempo. Dibujó una falsa, amable sonrisa y agarró el brazo que el le tendía. Notó el tacto de la seda de su traje negro y elegante que a decir verdad le favorecía bastante. En realidad el duque era el más apuesto de todos. Charlaron de cosas banales y sin darse cuenta llegaron a la parte más alejada del jardín. Algo le decía a Keit que corriera, que estaba en peligro, que no habían llegado allí por casualidad. El duque pareció darse cuenta de que planeaba irse porque justo cuando iba a comenzar la carrera agarró su brazo. Una sonrisa maliciosa relució en su rostro.
El noble apretó y Keit sintió sus uñas atravesar la tela y clavarse en su carne. El corazón se le aceleró, intentó golpearle pero el agarró su otro brazo. Forcejearon, ella gritaba pero allí nadie podía escucharla, era el lugar perfecto. Lo sintió caer sobre ella para inmovilizarla, lo sintió arremangar sus enaguas y antes de perder su honra le escuchó decir:

-Puesto que vas a ser mi esposa deberás comportarte como tal.

Perdió el sentido. Cuando despertó el joven duque ya no estaba, tenía todo el cuerpo dolorido. Recordó la escena de inmediato y comprendió las razones de su posible futuro esposo. Una vez deshonrada nadie más que él la querría. Intentó levantarse pero parecía como si su peso se hubiera multiplicado. Tras probar varias veces se rindió, cerró los ojos con un suspiro cansado y se quedó dormida pensando en la melodía que escuchaba cada noche, en una cajita de música antes de acostarse.
Lo último que recordó fue haber soñado que se encontraba en el infierno. Allí Lucifer le entregaba una espada y le decía que con ella debería exterminar a la raza humana y así de paso vengar su desgracia. Ella que ya no tenía esperanzas acepto el trato. Cuando despertó sus ojos verdes se habían vuelto completamente negros y su mano empuñaba una espada.                                                          Lo primero que hizo fue matar al Duque de Bernas. Después a sus padres que murieron sin poder creer lo que le estaba pasando a su hija.
Por su lado, Mell también comenzó a recordar.
Debido a su pobreza se vio obligada a robar para sobrevivir desde los trece años, ya que a esa edad quedo huérfana. Gracias a sus relaciones con otros bandidos aprendió a defenderse, a camuflarse, a no hacer un solo ruido y a matar. A sus dieciséis años ya había perdido la cuenta de sus víctimas. Su vestido de luto y su cara inocente le abría puertas de par en par por las que ella entraba y desplumaba a sus dueños.
Lo que no podía imaginarse era que alguna vez pudiera ser ella la atracada.Una noche cerrada en la que buscaba alojamiento se perdió entre los callejones de la ciudad. Aligeró el paso, hacía un rato que tenía la sensación de que alguien la seguía pero un pequeño ruido de pisada se lo acababa de confirmar. Estaba pensando por qué la seguiría y no le salía al encuentro cuando, de repente, se vio rodeada. Eran unos cinco hombres, tres de ellos portaban espadas, y los otros dos, dagas cortas. Mell se dispuso a defenderse pero eran demasiados y ella estaba desarmada, la habían cogido por sorpresa.
Le dieron una buena paliza. Uno de ellos le clavó su espada en el costado y ella perdió el sentido. Tras desplumarla, y pensándola muerta, los bandidos la abandonaron en el oscuro callejón.
Soñó que se encontraba a las puertas del paraíso y el arcángel Grabriel le entregaba un arma muy extraña.  Le pidió que defendiera a la Tierra de la amenaza que la oprimía y le prometió disculparle sus pecados pues en el fondo de sus ojos azules había visto un rastro de bondad y arrepentimiento.
Despertó en el callejón, sus heridas habían sanado, su mano sostenía el látigo celestial y sus ojos, ahora vacios, se habían vuelto completamente blancos.
Las dos se separaron respirando entrecortadamente, demasiadas emociones en tan poco tiempo.
Keit se tambaleó, Mell la sostuvo en sus brazos y la tumbó cuidadosamente.
Las lágrimas afloraron en sus ojos, que habían recuperado su color natural, al descubrir la espada demoniaca clavada en la carne de su propia dueña. Keit, harta de luchar y matar, había decidido poner fin a una guerra absurda.  Pretendiendo salvar así la vida de miles de personas, pero sobre todo la vida de una en especial.
Cuando Mell iba a decirle que se pondría bien quedó paralizada. Los verdes ojos de su amada volvían a estar vacios, esta vez extinguidos tras un soplo de muerte. Acarició su rostro, cerró sus ojos con respeto y gritó. Fue un grito desgarrador y, cuando callo, todos supieron que ya nada volvería a ser como antes. La chica sacó la espada del estomago de la fallecida e hizo un pequeño corte en su propia mano. La espada eligió a Mell como su nueva dueña. Se ajustó la vaina de Keit a la espalda, recogió su látigo, se  puso en pie y se giró hacia la muchedumbre.
Antes de morir, pudieron ver que los ojos, antaño angelicales, de la que habían creído su salvadora seguían estando vacios pero esta vez completamente negros.