domingo, 2 de junio de 2013

Un mundo sin libros.

Ya no le quedaban lágrimas que llorar ni voz con la que pedir auxilio. El dolor de sus muñecas rotas por las cadenas era insoportable, el frío suelo de su prisión le calaba hasta los huesos. Había adelgazado peligrosamente y su piel, pálida por naturaleza, presentaba un color enfermizo. Su pelo negro como el ébano caía grasiento y enmarañado, y sus ojos verdes eran pozos sin fondo de miedo e incertidumbre.
¿Su delito? Negarse a ser una ignorante. ¿Su carcelero? Lo sabía perfectamente, el Señor de los Infiernos.
En ese momento se materializó en la celda un joven. No parecía un demonio con su camisa blanca y sus vaqueros. Llevaba el pelo negro revuelto y las ojeras marcaban su rostro. Más bien parecía un adolescente con resaca bastante guapo, pero sus ojos rojos como la sangre delataban su condición. 
–Mi pequeña vampiresa…-dijo con voz ronca y melosa.- Tú misma estabas presente hace cien años cuando condené a este mundo a la ignorancia y el olvido de tiempos pasados. 
>>Vampiros…, yo mismo os creé y estoy orgulloso de mi trabajo y, sinceramente, no me esperaba esto de ti. Pero ¿a qué viene esta rebeldía? ¿Acaso cuando derroté a ese “Dios” esperabas flores y alegría? Soy un demonio, querida. Soy tu señor y, por tanto, tu ley.
>>Por suerte para ti tengo muchas almas que torturar y desastres “naturales” que provocar. Como me he levantado trabajador quizá desate una guerra, aunque eso ya lo hacen solitos. Sobre todo desde que no tienen escrituras que delimiten las fronteras. –soltó una jovial carcajada (¿podía un demonio reír así?)  y desapareció tan rápido como había llegado.
Emily estaba perdida si Jack no entendía la señal.
Jack era el vampiro más adorable de la ciudad de Nueva York. Pelo rubio, ojos azules…, un príncipe al que solo le faltaban el caballo blanco y la princesa. Esta última era la causa de que se encontrara en tan deplorable estado.
Una barba de tres días adornaba su fino rostro de piel pálida, unas profundas ojeras resaltaban sus ojos inyectados en sangre.
Alguien llamó a la puerta y el joven miró el reloj, las doce en punto. Seguramente serían los “inspectores”. Cada día durante toda la mañana millones de sholkas revisaban el mundo entero para asegurarse de que nadie incumplía la ley impuesta por Lucifer.
Los sholkas eran los “criados” de Belcebú, por así decirlo. Eran unas odiosas criaturas de un verde intenso y repulsivo y ojos saltones que no superaban el metro veinte.
Jack abrió la puerta y los dejó pasar con desgana. Mientras buscaban corrieron una cortina y el sol lo quemó. Irritado los echó casi a patadas y devoró al pobre vecino de enfrente, que salía de su apartamento en ese momento. Sin preocuparse demasiado dejó el cadáver en el rellano.
Hacía cuatro días que Emily no se dejaba ver, ella no era así.
Un estruendo lo sacó de sus cavilaciones y un olor a chamusquina le revolvió el estómago. La trampilla que llevaba a la biblioteca secreta comenzó a echar humo. Ya no había duda, si Emily se hubiera ido voluntariamente habría desactivado la bomba de seguridad. La habían cogido.
A la mañana siguiente pidió a los sholkas que lo llevaran ante su señor. Había un libro que decía como matar al demonio pero este se encargó bien de esconderlo, tendría que intentar dialogar con él.
Lo que Jack no se podía imaginar era que Lucifer viviera en un apartamento de lujo en el centro de Londres. Paredes de cristal, tecnología punta, un sofá de piel… Definitivamente no se lo esperaba.
Para las once de la noche Jack tenía frente a él al Señor de las Tinieblas.
-¿Dónde está? –preguntó sin rodeos.
-¿Em? Cumpliendo condena, lo que estarás haciendo tú en cinco minutos.-respondió sonriendo con suficiencia.- Gracias por venir, me has ahorrado ir a buscarte.
>>No intentes hacerme creer que sois inocentes. ¿Piensas que no sé que habéis quemado las “pruebas”?
-¿Qué tienes contra la lectura? No logro entenderlo.-dijo cada vez más nervioso.
- La lectura te hace viajar a otro mundo, te hace olvidar que este se va a pique. Era una vía de escape al sufrimiento y, como comprenderás, no podía permitirlo. ¿Qué clase de demonio sería?
>>Ahora dejemos de hablar de cosas sin importancia, voy a mostrarte el secreto del infierno. No existe, al menos no el infierno del subsuelo con llamas y ríos ardientes. Cada persona guarda en su interior su propio averno.
>>Vivirás una y otra vez tus peores pesadillas. Además eres un vampiro de ¿cuántos? ¿Mil años? Verás y matarás a tus víctimas de nuevo. ¿Alguna vez te has sentido culpable? Vas a tener mucho tiempo para hacerlo. Divertido ¿no crees? –soltó una jovial carcajada.
“¿Puede un demonio reír así?” se preguntó Jack antes de caer en la más profunda oscuridad.
Devolverles la lectura les devolvería parte de la esperanza. Sería divertido hacerlo y después arrebatársela, se dijo que lo pensaría.
La lectura volvió al mundo durante ocho años. En este tiempo Lucifer decidió detener las guerras para que se repusieran o se quedaría pronto sin nadie con quien jugar.
Pero un día la lectura se volvió a esfumar junto con la efímera alegría que había reinado sobre el mundo.
El Rey del Infierno miró por una de las paredes de cristal. La ciudad se desmoronaba, reinaba el caos. Su boca se torció en una media sonrisa, levantó la mano y el Big Ben comenzó a arder.