lunes, 2 de diciembre de 2013

"¿Puede morir la muerte?" (Parte 1)

Dos tímidas lágrimas surcaban su pálido rostro de finas facciones. Movió grácilmente la cabeza
para apartar el cabello azabache de los ojos de un azul claro y cristalino. Se quitó la chaqueta
del traje negro y se dejó caer en la cama. Su madre acababa de morir repentinamente y él estaba
agotado, su mente adolescente era un torbellino de preguntas sin respuesta, el mundo giraba a su
alrededor a una velocidad vertiginosa. De repente, un punzante dolor atenazó su espalda, ahogó
un grito y se arqueó. Pudo quitarse la camisa pero cada movimiento era una tortura. Llegó hasta
el espejo del baño, miles de pequeños puntos negros cubrían sus omóplatos y crecían por
momentos.
<<Despierta>>, susurró una melosa voz en su mente.
A partir de ese punto se tornó insoportable, la cabeza iba a estallarle, abrió los ojos de par en
par, le ardían. Esta vez no pudo contener el grito. De un golpe provocado por la desesperación
hizo el espejo añicos. Cayó al suelo, cuando desistió del intento de levantarse se arrastró fuera
del pequeño aseo para evitar clavarse los cristales rotos, aunque algunos ya habían atravesado su
abdomen. Estaba empapado en sudor y su respiración sonaba más fuerte y pesada de lo normal.
Su voz, antaño dulce, era ahora un brutal gruñido. Sentía sus dientes creciendo y afilándose.
¿Qué demonios estaba pasando?
De pronto todo paró, respiró hondo y trató de recuperar el aliento. Contra todo pronóstico se
levantó con facilidad. Notaba un peso a su espalda, una prolongación de su cuerpo que antes no
estaba ahí. Dos enormes alas de plumas negras se erguían majestuosas tras él. Las heridas
infringidas por los fragmentos de cristal habían desaparecido. Movió grácilmente la cabeza para
apartar el flequillo de la cara, sus ojos se habían vuelto totalmente negros, sin iris ni pupila,
simplemente la nada.
Se vio reflejado en uno de los trozos rotos del espejo mas su imagen, lejos de asustarle, le
resultó extrañamente familiar. Quizá esto fue lo que más miedo le provocó.
Dirigió su oscura mirada a un bulto inerte sobre la cama. Se acercó despacio y se arrodilló
frente a su propio cuerpo, consiguió percibir un leve movimiento en su pecho. Parecía simplemente haber caído en un profundo sueño. A la altura de su corazón había un pergamino
clavado con una pluma negra. Esta, al igual que las de sus nuevas alas, era dura como el metal.
La sacó con cuidado y un hilo de sangre se dibujó en la carta, la cogió:
“Disculpa que olvide la cortesía pero no tenemos tiempo, el mundo no puede vivir sin Muerte.
Por una serie de casualidades este deber ha caído sobre ti, mi criatura de la noche.
Pluma y arco en mano, invisible y sigiloso cumplirás mis órdenes, encadenando pobres almas
bajo el yugo de la muerte.”
-…Lucifer.- terminó de leer la carta en un susurro apenas audible. Su voz volvía a sonar normal
pero mucho más fría y distante.
De repente recordó como su madre se había sumido en un profundo coma del que los médicos
no encontraron el origen. ¿Era posible…? ¿Y si lo era y al morir le había traspasado su poder?
Pero ¿puede morir la Muerte?
El mensaje comenzó a desaparecer, a su vez, el fino hilo de sangre escribía un nombre. Tom
Calder. Como movido por un resorte lo leyó en voz alta, todo empezó a dar vueltas. Era como si
recorriera el mundo a la velocidad de la luz. De repente todo se frenó de golpe, había llegado a
su destino.
Parecía un barrio tranquilo, todas las casas blancas e iguales con un pequeño jardín, en el que
los niños jugaban despreocupados. Un chico rubio de unos cuatro años, que se entretenía con
una pelota roja, se le quedó mirando. Entonces supo que era su presa. “Pluma y arco en mano”,
recordó, y de la nada un gran arco negro se materializó en su mano, parecía tener vida propia,
estar deseando que lo disparara. Comprendió las instrucciones del Señor de las Tinieblas,
arrancó una dura pluma de sus enormes alas y la observó con su negra mirada.
-Lucifer.- susurró, la pluma comenzó a alargarse y pronto se convirtió en una mortífera flecha.
La colocó en el arco, no sin antes vacilar, ¿de verdad quería hacerlo? Se dispuso a enviar un
mensaje de muerte. Apuntó y lo hizo. El arma atravesó al niño limpiamente y nada más ocurrió.El pequeño seguía jugando y una sensación de alivio inundó a El Ángel de la Muerte, junto con
un sentimiento de fracaso. Entonces el chico golpeó demasiado fuerte la pelota y salió hasta la
calzada. Feliz e inocente fue a cogerla sin reparar en el peligro que se le venía encima.
Fue un golpe rápido, seco y mortal. Un frenazo, el sonido del acero al chocar con algo, un grito
y un bulto inerte en el suelo.
Un intenso dolor lo devolvió a la realidad. Como si lo estuvieran marcando con un hierro
ardiente, el nombre del chico al que había llevado hasta la muerte se escribía lenta e
insoportablemente en la parte izquierda de su pecho. Tom Calder.
Acababa de matar a una persona, no lo podía creer, pero era su deber, él era la muerte. Por una
vez se sentía poderoso, como si el mundo estuviera en sus manos.
“No te engañes, solo eres una pieza más en los juegos de El Señor de los Infiernos. Eres un
asesino.”, decía una odiosa voz en su cabeza.
“Mírate. Eres la más formidable de las criaturas de la noche, El Ángel de la Muerte, Belcebú te
ha elegido a ti”, respondía otra.
Un torbellino de emociones totalmente opuestas se ocultaba tras sus ojos vacíos.

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