sábado, 24 de agosto de 2013

Princesa de Cristal

Capítulo 2

Cuando una gota de sangre choca contra el mármol blanco del lavabo inicia una carrera sin frenos hacía el desagüe, esa gota una vez que ha salido de tu cuerpo no puede volver a entrar. Cada día veo esas gotas de sangre en el lavabo incapaces de elegir su camino, incluso dentro de las venas son arrastradas por la corriente. Ahora imagina que todos somos como esas gotas de sangre, llevados en la misma dirección, tratando de ser lo más iguales posibles; las venas marcan lo que está socialmente aceptado, si te sales de las venas fuera del cuerpo de la sociedad caerás en picado. A mi me han echado del cuerpo del sistema igual que yo he echado a esas gotas de sangre al abrir la herida en mi muñeca, la diferencia es que yo podría volver a entrar si dejara de tener este cuerpo.
Limpio la raja y espero a que se corte la hemorragia, cuando lo hace bajo la manga de la camisa blanca del uniforme y salgo del baño, tras guardar la cuchilla en mi mochila y lavar mi cara para borrar los rastros del llanto. Intento hacer esto lo menos posible en la escuela pero no podía más. Esta mañana al abrir mi taquilla al menos veinte cerditos de plástico han caído sobre mi, aún tengo sus risas golpeando mi cabeza una y otra vez.
En vez de dirigirme a clase voy al despacho del director, este es un buen hombre, joven, alegre, de pelo castaño y risueños ojos a juego. Llamo a la puerta.
-Adelante -respiro hondo y giro el picaporte, me recibe con su habitual sonrisa sentado tras el gran escritorio de roble. Me siento y me mira, su mirada parece invitarme a hablar de mis más profundos sentimientos, te hace confiar en él.
-Solo ha sido una broma, no hay porqué preocuparse -cuanto antes salga de aquí mejor, intento mantenerme firme pero me tiemblan las manos.
-Yo creo que sí -su sonrisa se reduce un tanto, se levanta y se sienta en la silla que hay a mi lado. -Lilith, el bullying no es ninguna broma. Si han estado acosándote...
- Está todo bien, Sr.James. De verdad -añado cuando enarca una ceja, no se lo cree.
-¿Por qué no viniste la semana pasada?
-No me encontraba bien -aparto mis ojos de los suyos demasiado rápido.
-Estás mintiendo.
-No estoy mintiendo -las manos siguen temblándome, no se mentir, me las agarro y las retuerzo con fuerza, él repara en ello porque me las coge con cuidado para que deje de hacerme daño. Recuerdo el impacto de los pasteles, los gritos, las burlas, y mis ojos se niegan a seguir aguantando las lágrimas. Parpadeo para contenerlas un poco más.
-Solo quiero ayudarte -¿necesito ayuda? Claro que sí, pero no la que él me ofrece, necesito adelgazar. Es por eso que cambié la dieta a mil calorías y he empezado dos planes de ejercicios distintos.
-Nadie le ha pedido su ayuda.-me invade la culpa, no me ha hecho nada malo para que le hable así. Separo sus manos de las mías y en dos zancadas me planto en la puerta.-Lo siento, tengo que ir a clase.
El resto del día pasa sin inconvenientes, a la hora de la comida anoto en mi libreta las calorías del almuerzo. Cuando vuelvo a casa mis padres siguen trabajando, creo que a veces olvidan que tienen una hija. Es duro que la mayoría de veces que los necesito no pueda contar con ellos. Aunque a lo mejor lo hacen aposta, sé que me quieren pero están decepcionados porque su hija lista y responsable es una obesa.
Como es viernes en vez de hacer los deberes decido empezar antes con el ejercicio. No se si me veo más ridícula con el uniforme de la escuela o con la ropa deportiva, mi objetivo es no verme ridícula con ninguna de las dos. Por eso no paro de saltar y hacer abdominales hasta que mis músculos me duelen tanto que mi cuerpo dice basta. Me doy una ducha fría recordando haber leído que con el frío se queman calorías.
Cerca de casa hay un centro comercial, voy y entro en la primera tienda de ropa que veo. Siento como si los maniquíes de proporciones perfectas pudieran hablar me dirían "¡Fuera de aquí, gorda, no tenemos nada que te entre!" Me quedo mirando las modelos de los carteles imaginando como sería mi vida si yo tuviera ese cuerpo. Cojo un pantalón que sé que me estará pequeño con toda seguridad y me lo pruebo al llegar a casa, no me sube desde la mitad de los muslos. El mundo se derrumba a mi alrededor mientras observo mi odioso reflejo en el espejo. Quiero gritar, gritar hasta quedarme sin voz. ¿Por qué no soy como mamá? Delgada, esbelta, preciosa.
-¡Lilith, ya está la cena! -grita mi padre desde el piso de abajo.
-¡No tengo hambre! -respondo con voz temblorosa pero firme.
Estoy muerta de hambre pero el asco que me produce la imagen que me devuelve el espejo es mucho mayor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario