jueves, 22 de agosto de 2013

Princesa de Cristal

Sinopsis

El bullying me ha convertido en esto, un saco de huesos incapaz de dejar de sentir asco hacia su propio cuerpo. Me engañaron, me insultaron, me humillaron y me utilizaron. Yo solo quería ser perfecta, una perfecta princesa de cristal. No quería darme cuenta de que las promesas de Ana y Mía eran mentiras, no quería darme cuenta de que solo era otra marioneta más en su juego de perfección.

Prólogo

"Todo empezó con una intimidada mirada al espejo, la esperanza de una perfección, un juego de niños que pronto se convirtió en mi vida, mi esperanza, mi ilusión, mi adicción y mi fragilidad. Sola en este macabro juego perfecto, nadie me entiende, nadie me apoya. Pero ahí está Ana susurrándome con su dulce voz y prohibiéndome comer, pero yo la desobedezco y como, y llega Mía que me empuja hasta el baño y me obliga a deshacer mi error; sentada abrazando el inodoro, llorando por el dolor y la culpa. Gritando en silencio suplico a Ana que me perdone. Sé que te he fallado pero prometo entregarme completamente a ti, ser perfecta, toma mi mano hasta el fin del viaje de la perfección. Con un hermoso listón rojo me marcarás el corazón pues serás mi mejor amiga el resto de mi vida. Gracias a ti seré la envidia de todo el mundo porque tu no eres una enfermedad, eres un estilo de vida, la puerta a lo que más deseo, mi única amiga. Lucharé porque quiero y puedo controlar mi apetito; lograré llegar a ser quien siempre soñé; seguiré tus sabios consejos y tu dulce voz me guiará. Sé que muchas personas no nos quieren juntas, pero yo portaré con orgullo mi listón, porque soy y seré una princesa de cristal".
Con este pensamiento me miraba en el espejo, las costillas comenzaban a marcarse peligrosamente pero yo seguía viendo grasa. "Eres una foca", decía una voz en mi cabeza. "Tiene razón", respondía otra.


Capítulo 1

Me miro al espejo y entiendo porque Josh y sus amigos me hicieron esto. Soy odiosa. Mi rizado pelo rubio cae hasta la mitad de mi espalda enmarcando un rostro demasiado redondo, me quito la camiseta y el pantalón quedando solo en ropa interior y observo con asco mis brazos anchos, la tripa enorme adornada con michelines y las piernas fofas, gordas y llenas de celulitis. Ser bajita solo ayuda a que parezca un tapón gigante. Me subo a la báscula. 90 Kg. Las lágrimas se escapan de mis ojos castaños. Cierro la puerta del armario bruscamente, dejando el espejo en la oscuridad de su interior, y me dirijo al baño. Echo el pestillo aunque ya lo he puesto en la puerta de la habitación. Me encuentro con otro espejo pero intento ignorarlo. La ansiedad y el llanto hacen que mi pecho se mueva muy rápido arriba y abajo sin tomar demasiado aire. Abro uno de los armarios blancos y mis manos buscan nerviosas la cuchilla de afeitar que le quité a mi padre.
La línea de sangre se dibuja horizontalmente en mi muñeca y yo recupero la calma a medida que el líquido escarlata fluye lento y tranquilo fuera de mi cuerpo.
El despertador suena y lucho contra el deseo de no salir de la cama. No estoy preparada para escuchar de nuevo sus risas, sus burlas, sus insultos. No estoy preparada para ver cuerpos perfectos por todos lados. No estoy preparada.
Bajo a desayunar pero aparto los cereales y cojo una manzana, la dieta de la nutricionista no está funcionando. Mamá entra en la cocina y me da un beso en la cabeza, empieza a prepararse un café del que solo se bebe la mitad.
-Lilith, cariño, recuerda cerrar bien cuando te vayas -me dice y sale de aquí balanceando con gracia sus estrechas caderas.
Escucho una maleta arrastrando sus ruedas por el suelo; los pasos de mi padre; la puerta abrirse y cerrarse y el rugido de un coche al arrancar. Mis padres trabajan en la gran empresa de la que son dueños y viajan a menudo. Antes iba con ellos pero viendo que a mis dieciséis años no hablo con nadie y vuelvo siempre directa a casa han decidido confiar en mi.
Salgo por la puerta principal y me quedo mirando la gran mansión victoriana. Es muy grande para solo tres personas pero por eso me encanta. Aquí dentro puedes perderte con la seguridad de que no te encontrarán.
Voy a uno de los colegios privados más prestigiosos de Londres. Si, de esos con uniforme y todo. A medida que me acerco a la puerta mi miedo crece. Las palabras de Josh resuenan con fuerza en mi cabeza. "Me rindo" había escuchado que le decía a sus amigos entre risas, "Vosotros ganáis, no puedo acostarme con ella. Es repugnante." Repugnante. Lleva razón pero sus ojos verdes parecían sinceros cuando me susurraban palabras de amor. Me ilusioné como una boba, supongo que merezco que me pisoteen así.
Al entrar me mezclo con la gente para pasar desapercibida. Me quedo un poco rezagada cuando toca el timbre, el profesor de lengua siempre llega tarde. El patio se vacía, solo quedo yo y, para mi desgracia, Josh y sus amigos.Decido entrar a clase pero se acercan rodeándome. Han cerrado el círculo y no hay forma de escapar. Mi respiración se agita y el pulso se me acelera.
-¿No me das un beso? -dice Josh fingiendo besar el aire. Todos corean sus carcajadas. él apart un mechón negro de su frente y asiente a alguien detrás de mi.
-Mira lo que tengo, cerdita -me giro, una de las chicas con aspecto literalmente de barbie sostiene en la mano un pequeño pastel. Cuando entiendo lo que van a hacer ya es demasiado tarde.
Los pasteles impactan en mi como flechas que aciertan al blanco. Me cubro la cabeza con las manos, las lágrimas caen por mis mejillas manchadas de nata. Veo que han abierto el círculo y se que quieren que corra. Corro. Lejos de allí, a cualquier parte. Sus risas se clavan en mis tímpanos como si fueran cuchillos afilados.
-¡No sabía que las morsas sabían correr! -grita una voz.

Cojo el primer taxi que veo y al llegar a casa ni siquiera le pido perdón al taxista por ensuciarle los asientos. Estoy hiperventilando, entro en la cocina como un huracán abriendo un armario tras otro. Galletas, chocolate, las sobras de ayer...no lo saboreo, solo lo engullo como si fuera un animal. Cuando me calmo me arrastro hasta el baño de la planta baja corroída por la culpa. Miro el inodoro. ¿De verdad voy a hacer esto? Una persona normal se lo pensaría dos veces pero yo no soy normal, soy una cerda, una morsa. Los dedos acarician mi campanilla, las arcadas vienen y van. Es la primera vez que hago esto, no pensaba que dolería tanto. El vómito llega abrasando mi esófago y deja un asqueroso sabor en mi boca. Comprendo lo que acabo de hacer. "Nunca más", me digo aún sentada junto al váter, pero se que no es verdad.

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